Missionário da Consolata na Colômbia e no Equador...

domingo, 12 de julho de 2015

Líderes religiosos unidos por la paz - Colombia


Por primera vez en la historia se unen para clamarles al gobierno y a la guerrilla que las armas son un error, y la palabra, el camino correcto.


En muchos lugares y en todos los tiempos las creencias religiosas han azuzado las guerras. Mucha gente ha matado o se ha inmolado por defender su idea de Dios, del bien y del mal; de los fieles y los infieles. Pero así como las religiones han contribuido a la violencia durante siglos, también han sido bálsamo para muchos creyentes que encuentran en ellas un aliciente de esperanza en medio del dolor. En tiempos de paz, la dimensión espiritual cobra especial relevancia. Porque casi todas las religiones y doctrinas enarbolan la palabra como el medio idóneo para la convivencia; reconocen el perdón como una experiencia sanadora; y alientan en los seres humanos su capacidad transformadora.
Por eso es tan trascendente que en Colombia los más importantes líderes religiosos, de todas las confesiones y creencias, se hayan unido para enviarles una carta a las delegaciones de gobierno y guerrilla en La Habana, clamando por un acuerdo que deje atrás la guerra. Lo hacen dejando de lado muchas de sus diferencias, en un momento en el que hay sombras e incertidumbres sobre el proceso de paz.
Los firmantes son 26 líderes de las Iglesias católica, anglicana, luterana, presbiteriana, ortodoxa, evangélica, menonita, instituciones que trabajan por la reconciliación asociadas a diferentes credos, así como comunidades islámicas e indígenas. 
Aunque muchos de ellos coinciden en los territorios más afectados por el conflicto, y tienen experiencia de trabajo con víctimas en favor de la reconciliación y el cambio social, pocas veces han trabajado unidos. Todos, sin embargo, entienden que tienen un papel crucial en este momento de la historia, en el que Colombia enfrenta el reto de reconocer y cerrar las heridas que ha dejado una guerra prolongada, que se ensañó con los más débiles. Y que deben trabajar juntos, porque así lo exige el momento.
Sus experiencias comunitarias van desde la resolución de conflictos, como lo hacen por ejemplo los palabreros wayúu, pasando por acompañamiento a procesos de resiliencia a víctimas duramente golpeadas por la guerra; trabajo con desmovilizados; justicia restaurativa y defensa de derechos humanos, entre muchas otras. Muchos de ellos incluso han sido martirizados por la violencia, perseguidos o estigmatizados.
En la carta titulada ‘Las armas son el fracaso de la palabra’, rechazan el uso de las armas, pues van en contravía de la dignidad humana, e invocan el poder del diálogo. Reconocen que hay factores objetivos asociados a la violencia, como la inequidad, y también otros de orden moral, como la venganza y el rencor (ver carta completa).
“La carta refleja lo que debe ser una Nación, unión en medio de las diferencias”, dice el pastor Édgar Castaño, presidente del Consejo Evangélico de Colombia, (Cedecol).
La coordinadora de asuntos religiosos y asesora del despacho del Ministerio del Interior, Lorena Ríos, quien ha venido acompañando a las Iglesias, confesiones y comunidades, resaltó el carácter histórico de este manifiesto. También las implicaciones prácticas que tendrá, pues en el Plan Nacional de Desarrollo se incluyó un artículo que reconoce al sector religioso como un actor social clave en la construcción de paz.
La iniciativa de esta carta surgió de un encuentro interreligioso que buscaba reflexionar acerca del rol de las confesiones religiosas en la paz que organizó Cree en la Reconciliación, un proyecto de Reconciliación Colombia.
“Queremos decirles que no justificamos ni legitimamos las armas. Con el uso de las armas se han transgredido los más elementales principios de humanidad”, dice un fragmento que añadió al comunicado el padre Leonel Narváez, presidente de la Fundación para la Reconciliación. Si en algo están todos ellos de acuerdo es en que la reconciliación es un aspecto transversal a todos los credos y que la unión de todos hará más potente su voz. Lo que buscan, por supuesto, es que esta voz llegue hasta La Habana, y cale en el espíritu de cada uno de los que allí están definiendo el futuro que le espera a Colombia, si el de la paz o el de una guerra eterna.
“Hay una crisis espiritual en Colombia de la cual las religiones hemos sido partícipes o porque no hemos hecho lo que corresponde o porque a través de la historia hemos dado lugar a momentos de mucha violencia”, dice el padre Francisco de Roux, firmante de la carta.
Al respecto, ellos toman la delantera reconociendo sus errores y anticipando el perdón: “En muchas ocasiones los líderes de las Iglesias y de varias confesiones religiosas hemos contribuido a la violencia en Colombia, sentimos ahora la urgencia de recuperar y posicionar la cultura ciudadana del perdón como vacuna y remedio poderoso contra ese perverso y eterno retorno de las venganzas”.
Su llamado es a entender el pasado y concentrarse en el futuro. “Sin perdón no hay futuro”, dicen, citando al premio nobel de Paz Desmond Tutu.
Jenny Neme, directora de Justapaz, de la comunidad menonita, dice que la importancia de esta declaración conjunta, además de hacer más sonora la voz de estas Iglesias, es que demuestra la diversidad de confesiones religiosas que hay en el país, y su gran potencial en un escenario de reconciliación. “Nuestro aporte a la construcción  de la paz ha sido muy importante y también poco conocido”.
En la carta, que llegará esta semana a La Habana, se exhorta a las partes a que no se levanten de la Mesa, que actualmente atraviesa el momento más crítico, y a que persistan hasta lograr los acuerdos que pongan fin a la guerra. El comunicado firmado por representantes de las diferentes comunidades religiosas de Colombia finaliza diciendo: “Oraremos por una paz posible en Colombia y ofrecemos nuestros dones y talentos para la transformación de nuestro país. Ni una vida más para la guerra, todas las vidas para la paz”.
En momentos como el actual, en el que la guerra arrecia y la política parece agotarse, la dimensión espiritual, que apela a la ética, puede abrir una nueva brecha de entendimiento. Una esperanza.
Fuente: Revista Semana